La ciudad de Thyr y la diáspora thyriana

Versículo 60 del sagrado Libro de Thyr.

por J.L.N.R. escritor de «La Maldición de Bruela»

En los albores de la creación, Thyr, en su infinita sabiduría, condujo al pueblo thyriano hacia las tierras que habrían de ser llamadas “Thykur”, en homenaje a su pueblo escogido. Una vez allí, con su martillo divino, erigió las majestuosas Montañas Irkanias para separar las tierras de sus descendientes del resto, donde las sombras y los demonios Nisharu azotaban sin piedad a su progenie. No obstante, la amenaza persistía, pues el Nimb Rak, que fragmentó las piedras Nirdidu, había corrompido las vastas tierras del oeste con una magia maligna que propiciaba la aparición de horrores y demonios que diezmaban al pueblo thyriano constantemente. Aquellos territorios eran conocidos como Ilumaiya y ocupaban toda la extensión occidental de las tierras de su descendencia.

Alegoría al momento de la creación de las Montañas Irkanias. Imagen creada con ayuda de IA. La figura azul que sostiene el martillo es una representación del dios Thyr parecida a la descripción del mismo, salvo por la falta de cornamenta caprina en su testa y la forma del martillo en si. Las montañas que le rodean son las Montañas Irkanias que han surgido tras el impacto de su poderoso martillo. A sus pies figuras que representan a los humanos thyrianos, sus hijos, con el objeto de ver el gran tamaño del dios en si.

Creada con I.A por el autor del texto.

Con estos pensamientos, Thyr hizo descender del firmamento una montaña de oro y acero, arrojándola contra las tierras al este de Thykur, alejada de los encantamientos oscuros del oeste. Una gran explosión sacudió la tierra entera, dando origen a las montañas que serían llamadas Adumdum Kaspum, el lugar donde reposó la piedra preciosa. En el sitio donde cayó esa montaña celeste, se formó una vasta sima circular, profunda como las mismas montañas que la circundaban, de la cual emergía una gran cima de metal dorado y acero puro.

Este hecho provocó que la noche se extendiera por varias lunas y que el gran dragón Mushussu, convocado por la magia de los demonios Nisharu, se dirigiera hacia las tierras de los thyrianos con intenciones nefastas, deseando exterminar toda la estirpe, incluido el mismísimo Thyr.

Imagen alegórica del gran dragón Mushussu. Según las descripciones de los manuscritos Vana y del propio «Libro de Thyr«, este dragón era como las grandes cadenas de montañas, su presencia ocultaba tanto el astro rey o la madre luna. Debía ser de tal tamaño que al propio Thyr lo hacía pequeño como sus creaciones hacia él.

Imagen creada con ayuda de I.A por el propio autor.

Sin embargo,Thyr, en su divina planificación, encomendó a la gran Madre Eiwa, su primogénita, a guiar a su pueblo hasta el lugar donde yacía la profunda sima, ordenándoles erigir un grandioso templo en su honor. Además, les reveló que sus ancestros, los Lubanu, vendrían en su ayuda para fundar una grandiosa ciudad de piedra y oro.

Antes de partir para enfrentarse al gran dragón, Thyr prometió a su pueblo que mientras permanecieran en aquel lugar, los thyrianos vivirían felices y seguros, aunque eran libres de expandirse por los territorios a los que los había conducido. Así, Thyr se lanzó a la batalla contra el colosal dragón Mushussu con la promesa de vencerlo. Aquellos días fueron oscuros y terribles, pues la tierra entera fue sacudida por cataclismos, tormentas y temblores de toda índole, hasta que el pueblo de Thyr se asentó en lo que sería la primera gran ciudad del pueblo thyriano, bautizándola como Thykar en honor a su dios, cuyo significado en la lengua de los dioses era “La ciudad de Thyr”. Desde entonces, ni el dios ni el dragón volvieron a ser vistos.

Alegoría de la ciudad de Thykar. Es una representación muy próxima a lo que hubiera podido ser en realidad. Las altas paredes de la sima en la que se hallaba, más las propias montañas que circundaban aquel prodigio, hacían imposible el acceso a aquella protegida ubicación, excepto por el único lugar por el que accedió el pueblo thyriano en su diáspora. Aquél lugar era el sitio más seguro de aquel mundo, donde las criaturas salvajes de aquella salvaje era quedaban fuera, junto con el resto de los peligros. Era un sitio extremadamente fértil donde la tierra daba sus frutos con máxima generosidad y apenas tenían que preocuparse por el sustento los que allí habitaron.

Imagen generada con ayuda de I.A por el autor.

Bajo la guía divina de Eiwa, la hija primogénita de Thyr, el pueblo thyriano erigió una ciudad próspera en Thykar, tierra bendecida por su dios. La ciudad, diseñada conforme a los designios de Thyr, se convirtió en un oasis de paz y armonía, donde los thyrianos florecieron bajo la protección de su dios y la asistencia de sus ancestros, los Lubanu, un pueblo que ya había conocido la decadencia.

Gran Madre Eiwa con ropas de combate. El artefacto de color verde luminoso que lleva como escudo en el brazo izquierdo es un arma «tecnológica» que le regaló el propio Thyr antes de enfrentarse al gran dragón. Con tan solo ese artefacto hacen de la Gran Madre una guerrera prácticamente imbatible. La espada es de un acero moldeado con el poder psíquico del pueblo Lubanu y dicen que no hay nada que no pueda cortar o partir.

Diseño original creado íntegramente por el autor.

Años de bonanza y tranquilidad transcurrieron en Thykar. Ajenos al temor, el hambre y la escasez, los habitantes de la ciudad disfrutaban de una vida plena y feliz. Sin embargo, el recuerdo de las tierras ancestrales latía en sus corazones. Muchos, impulsados por un espíritu aventurero y la promesa de explorar los territorios que Thyr les había concedido en un principio, abandonaron la seguridad de Thykar para adentrarse en lo desconocido.

Las tierras que habían sido prometidas no estaban exentas de peligros. Tanto propios como ajenos, acechaban a los thyrianos en cada paso. La vida se tornó dura y peligrosa, desafiando la supervivencia de aquellos que habían osado abandonar la protección de Thykar. La diáspora thyriana se vio diezmada por las dificultades y los peligros que enfrentaban, poniendo en riesgo la continuidad de su pueblo.

A pesar de las adversidades, aquellos que lograron sobrevivir se fortalecieron y se volvieron más audaces. Empujados por un espíritu indomable, exploraron hasta los límites con Ilumaiya y las Montañas Irkanias. La alta tasa de mortalidad, consecuencia de los peligros y la audacia de los thyrianos, impidió el crecimiento de su población. Solo en Thykar, bajo la protección de la ciudad y la sabiduría de Eiwa, el pueblo thyriano podía prosperar y extenderse con seguridad a los rincones de sus tierras.

Lee ««, primera novela de la serie «Los fragmentos perdidos». Una aventura del pueblo thyriano.

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