¿Nunca te has preguntado donde van a parar los calcetines de las lavadoras?

IKEA, el libro no hecho de los nombres

¿Nunca te has preguntado donde van a parar los calcetines de las lavadoras?

El sol estival del mes de Ganemasharu se había desplomado tras un día rebosante de acontecimientos relevantes. La noche extendía su manto sobre La Secuoya, acunando las decisiones tomadas. Era hora de sosiego, de disfrutar del merecido descanso, cada uno a su manera.

Para Niall, el Caballero Edin de la Orden de Thyr, la Posada del Viajero era el refugio ideal. Su llegada heroica esa mañana, tras colaborar en el rescate del Clan de los Aveneros, aún resonaba en el pueblo. Incluso había escoltado hasta allí a una familia de refugiados, junto al legendario Caballero Maestro Forjador Ulfvairn del Puesto del Sur, a quien acompañaba desde el Magister. La armadura, aún maltrecha por la batalla, le pesaba sobre los hombros mientras se apoyaba en la barra y llamaba al posadero. Arbar, según le habían dicho, era su nombre. Sin embargo, quien se acercó en su lugar fue un personaje de rostro aguerrido y edad indefinida.

—Soy Ingvar, el dueño de esta posada, padre de estos que ves trabajando por aquí —dijo señalando a lo largo de la barra, mientras le ponía una gran jarra de una bebida parecida a la cerveza pero con un color más claro y con un suave olor a fresno—, y de unos cuantos de cientos más. Quizás hayas escuchado de mí de donde quiera que vengas, ¡pero yo no he escuchado nada de ti! A no ser que seas de quien ha estado hablando media Secuoya.

Niall se sorprendió ante el curioso recibimiento que le dieron en la posada. Por un momento se le cruzaron muchas respuestas y más preguntas, pero recuperó la compostura que había parecido perder y con un gesto cortés se presentó.

—¡Niall de Magister para serviros! Caballero Edin de la sagrada Orden de Thyr, como bien puede observar por mis ropajes. Agradezco esta bebida que me ofrece y sin duda, apreciaría saber más de usted, ya que no soy de estos lares, como bien ha podido observar.

Ingvar lo miró de arriba abajo, con una sonrisa astuta en los labios.

—Magister, ¿eh? Un lugar lejano, sin duda. Y Caballero Edin, por lo que veo. No es la primera vez que un caballero de la Orden se hospeda en mi posada. Aunque la mayoría no suelen llegar con tanta fanfarria.

Niall se sintió, por un momento, confundido, pero en un instante cayó en la cuenta de que se hallaba en una población perdida y pequeña, algo totalmente diferente al Magister, una ciudad populosa y llena de actividad.

Las palabras de Ingvar resonaban en su mente: «Magister, ¿eh? Un lugar lejano, sin duda.» Se preguntó si Ingvar había escuchado algo sobre las historias que circulaban en la ciudad sobre el Puesto del Sur.

Pensó en los motivos que lo habían llevado a viajar al sur aprovechando la visita al Magister del gran Ulfvairn, uno de los jefes del Puesto del Sur. En la ciudad se escuchaban historias increíbles sobre las hazañas que se realizaban en aquel punto tan alejado de la capital de la Orden. Se decía que los caballeros del Puesto del Sur enfrentaban bestias feroces, exploraban territorios inexplorados y combatían contra fuerzas oscuras que amenazaban con corromper el equilibrio del mundo.

Niall había sentido siempre una fascinación por esas historias. Desde pequeño, soñaba con ser un héroe como aquellos que se narraban en las leyendas. La oportunidad de visitar el Puesto del Sur y conocer a Ulfvairn en persona le parecía un sueño hecho realidad.

Sin embargo, ahora que estaba allí, rodeado de un ambiente tan diferente al que estaba acostumbrado, su mente le acosaba con más y más preguntas. Para empezar, no sabía el nombre de la bebida que estaba dispuesto a tomarse sin miramientos, pero la cuestión que más le inquietaba eran los nombres tan raros que tenían en aquella población. Había escuchado Ottebol, Hemmes, Kallas, el héroe que sobrevivió junto a ellos al ataque de los Malhadoths, aquellas bestias diabólicamente inteligentes que habían intentado exterminar el Clan de los Aveneros al completo, y también el nombre de Lade, el joven Herthyr que cayó combatiendo cuando ellos llegaron.

Miró a Ingvar, que lo observaba con una expresión indescifrable. En ese momento, Niall supo que Ingvar era un personaje importante. Recordó algo sobre la fundación de la propia población en la que se hallaba y de un Postero que convirtió la Posta en una posada el mismo día en que se fundó La Secuoya. Decían que, a pesar de haber transcurrido mil años, todavía seguía trabajando en la posada, que llamaban la “Posada del Viajero”.

—Comprendo que la manera de hablar difiera respecto al trato que se suele dar por estas tierras más salvajes, pero no puedo callar la inquietud que me supone no saber qué clase de bebida me voy a tomar y la curiosidad que tengo con los nombres que ponen aquí a sus hijos las mujeres thyrianas de esta población. Seguro que una persona tan experimentada y, sin duda, sabia, como usted, sabría responder —dijo Niall al veterano Ingvar, con una mezcla de respeto y curiosidad en su voz.

Ingvar sonrió, una sonrisa cálida y arrugada que iluminó su rostro curtido por el tiempo.

—No te preocupes, muchacho. La bebida que estás a punto de probar se llama «Savia de Sequoya», una especialidad de estas tierras. Y en cuanto a los nombres de los niños, es una historia curiosa y mágica a la vez, que si tienes tiempo puedo contarte, a cambio de la historia de la que todo el pueblo habla.

Niall vació la bebida de un trago, como signo de confianza y tomó asiento en la misma barra, ansioso por escuchar más.

—Cuéntame más, sin duda, tu historia es mas fascinante que la que he vivido en esta madrugada, pero sin duda tenemos un trato —dijo, con los ojos brillantes de interés.

Ingvar le señaló con su fuerte mano varias veces para recordarle que, al terminar su historia, quería los detalles de todo lo que le había ocurrido antes de llegar allí. Luego miró hacia arriba, como recordando, y su mente se situó en aquel remoto pero imborrable pasado de hacía exactamente mil años. Volvió por unos instantes al presente, sorprendido por la casualidad que acababa de descubrir, sin darse cuenta.

—Hoy hace exactamente mil años de aquel sorprendente suceso. Pienso que no es casualidad, pues una cosa que he aprendido en mi larga vida es que las casualidades no existen. Por lo que creo que hoy todo lo que ha pasado y va a pasar, sin duda marcará nuestra historia. —Hizo un inciso y su mirada se volvió a perder en sus propios recuerdos, mientras se aclaraba la boca con un sorbo de otra jarra de Savia que se había puesto para él mismo.

»Harbour, el pionero, hacía unos meses que había dado por fundada la población. Nómadas de las altas praderas del norte llegaban a mi nueva posada, preguntando por el mejor sitio donde establecer su bitu. La posada era un hervidero de gente y, con esos nómadas, llegaron gentes con otros intereses, entre ellos Alarico, el minero. Como bien sabes, son los Lubanu los que trabajan en las minas de Thykar, pero esos ancestros nuestros también han enseñado los secretos de la tierra y de los minerales a nuestra raza, y muchos, como Alarico, eran capaces de encontrar las riquezas de la madre tierra con tan solo explorar el terreno.

»Era un tipo extraño, pero de buen corazón, y se preocupaba mucho por el futuro de nuestra población desde el principio. Se dedicaba todo el tiempo a convencer a Harbour para que le proporcionara un equipo de gente para hacer una pequeña excavación donde hoy en día está la mina de sal que dirige Fargklar a medias con la hermosa Sorgmantel. Incluso metió por medio al clero, el pobre Ensi Alfar Ulkuos, que también venía de Thykar como el propio Alarico. Al final fue cosa de Thyr, nuestro gran dios, y por lo que pasó, quizás realmente fue así, a pesar de que al principio nadie creíamos ni al Ensi ni al propio Alarico.

»Era un día veraniego, del mes del Engal Ganemasharu, igual que hoy. Alarico había logrado abrir la mina, extrayendo grandes cantidades de sal de roca pura. Apenas habíamos avanzado unos metros en el interior de la ladera de la mina cuando escuchamos un ruido metálico, como de piedras agitándose en una sartén, resonando en todo el asentamiento. Todos nos acercamos a la mina, de donde provenía ese ruido tan estrepitoso y molesto. Allí estaba Alarico, con el pico en la mano, mirando a sus pies un profundo pozo sin paredes, algo que nadie había visto antes. Era como si alguien hubiera colocado un punto negro de vacío justo a los pies de aquel hombre. No era una abertura demasiado grande ni demasiado pequeña. Por su tamaño, calculamos que podría caber un niño de cinco polanizaciones, pero no un adulto thyriano. Y en ese momento, el ruido se hizo más agudo pero más leve, y, de pronto, algo del tamaño de un libro salió disparado del interior de ese extraño pozo. ¡Ja, ja, ja! —rió estrepitosamente. Incluso sonó como un escupitajo, al menos eso quedó en nuestras cabezas. La cuestión es que aquel objeto golpeó directamente las sienes de pobre Alarico, quien cayó tieso como un tronco antes de que nadie pudiera decir nada.

»Así las cosas, todos corrimos para socorrerlo, pero nada se pudo hacer. Aquel extraño objeto, con un aspecto tan inofensivo, acabó con la vida de un thyriano. Nadie podía creerlo. El Ensi rezaba a nuestro dios Thyr e intentaba resucitarlo con imposición de manos. La gente se agolpaba sorprendida, mirando aquel negro y extraño pozo del que había salido aquel objeto similar a un libro, mientras intentaban reanimar al hombre. Yo me quedé pensativo por unos momentos mirando al que ya era un cadáver, pensando en quien era realmente ese Alarico que yacía ante los pies de todos. Recordaba que se había presentado en la posada, alardeando que venía de la gran ciudad de Eiwa, Thykar. A mí mismo me pareció un tipo extraño, con esa gran cabeza tan redonda que parecía una sandía disfrazada con mechones de pelo mal cortados y una barba que parecía pegada a esa cara ancha y desmesurada, en comparación con los rasgos equilibrados que definían nuestra raza thyriana. Recordé preguntarle por su origen, su familia, preguntas que inteligentemente eludió, y ahora, aquel hijo de no se sabe qué madre, estaba muerto o agonizando, mientras todos nos preguntábamos dónde estaba el objeto causante de tal desastre. En ese momento vimos al extraño de Fistandamus con el libro en la mano. Estaba tan tranquilo, pasando aquellas peculiares hojas, completamente ajeno a lo que acababa de pasar, tanto que nuestra veterana Simug, o bruja, como la denominan las malas lenguas, tuvo que tirarle una pedrada a su peculiar sombrero para que volviera a la realidad.

»Fue entonces cuando aquel joven Gnomon, conocido como Fistandamus, levantó una mano para calmarnos. Sin soltar el libreto con la otra, nos mostró a todos la extraña primera página que hacía las veces de lomo. Aquello no era ni un libro ni un cuaderno, pero podía ser ambas cosas a la vez. La página mostraba una pareja en una especie de cama tan real que parecían que iban a salir de aquel tomo. Por su aspecto extraño, diríase que eran descendientes de los Eldianos que nacieron después de nuestro pueblo. La imagen era imposible; parecía que la pareja estuviera realmente allí, pero inmóvil. Nadie hubiera podido pintar aquello con semejante realismo. Sobre ellos, unas letras que todos pudimos leer claramente: IKEA.

»Fijándonos mejor, también observamos más letras cuyo significado no podíamos comprender, aunque su escritura era exactamente igual a nuestro eldiano común. Cerca de la cama, se podían ver unos números grandes debajo de unas palabras en mayúsculas que nos parecían muy extrañas. Fue en ese momento cuando Hauga, la Simug, arrebató con ímpetu aquella especie de libro con figuras de las descuidadas manos de Fistandamus. Y en voz alta, agitando el libreto, nos habló como poseída:

—Esta es la señal que aguardaba. ¡Los espíritus hablan, no el dios Thyr! ¡IKEA! ¡Es la palabra que habla de la muerte y del nacimiento! ¡Una muerte para que nombremos a los que han de nacer! —señaló el nombre que había encima de aquellos números— ¡KUNGSBOLOMMA funda nórdica, será el nombre de la primera nacida en La Secuoya! ¡Y seguiremos los números!

»Entonces abrió la primera página, que era igual de brillante y mostraba a los mismos eldianos de otra raza, que ahora estaban en la cama, pero el que parecía un varón tocaba una especie de guitarra al lado. Allí señaló el número 149 y las letras que aparecían arriba:

—¡BRIMNES Estructura de cama, será el nombre del primer nacido! Y cada vez que nazca un nuevo thyriano en La Secuoya, miraremos este sagrado libreto que han traído los espíritus del plano donde moran.

»Por un momento, todos olvidamos al pobre y fallecido Alarico. ¡Una señal del mundo de los espíritus! Algo inconcebible, sobre todo para el Ensi, que tras lo visto, había dado por muerto definitivamente al minero. Pero este no había hablado, cuando Fistandamus reaccionó.

—Es interesante lo que dices, bruja, pero no tienes en cuenta la existencia de las Puertas Nirdidu. Todos sabemos que nuestro gran dios Thyr las utilizaba cuando corría por las tierras que nos dejó, y ya eran antiguas antes de su llegada. Dudo mucho que los espíritus puedan invertir tal energía desde el lugar donde habiten. A priori, pienso más que es algo accidental que ha provocado una comunicación con un tiempo, quizás más avanzado, pues me llaman la atención las personas que parecen vivas, pero figuran como en un cuadro.

»Ulkuos, el Ensi Alfar, aprovechando una distracción de la Simug, le arrebató el libro. Lo miró rápidamente, con incredulidad, y se lo guardó bajo su característica sobreveste roja. Luego, reclamó la atención de todos:

—El Gnomon puede que tenga razón, y Hauga, nuestra Simug, también.

»Pero Hauga reaccionó rápidamente ante el hurto del Ensi y, mientras hablaba, le intentaba volver a arrebatar el libro a base de arañazos y zarpazos. Tal fue su arremetida, que Ulkuos tuvo que sacar su sagrado martillo y empujarla con el mismo para quitársela de encima, a la vez que la amenazaba seriamente con él. En ese momento, entre todos, agarramos a uno y a otra, mientras el muerto rodaba hacia el peculiar pozo sin que nadie le prestara atención, hasta que sonó un zumbido metálico procedente del mismo.

»De repente, medio cuerpo del difunto fue engullido por el agujero, encogiéndose lo suficiente para caber por la escueta apertura. Antes de que nadie pudiera reaccionar, el resto del cuerpo desapareció en aquel espacio oscuro y abismal con un sonoro eco que más bien pareció un eructo. Tanto fue así, que del mismo se escapó lo que parecía un calcetín que voló por los aires hasta la cabeza de la Simug, mientras se cerraba completamente a la vista de todos.

»Por un momento, las miradas se centraron en la bruja, que, con sus negras uñas, apartaba el calcetín de su cara con cierta expresión de asco. Sorprendida, se lo acercó a la nariz, lo olfateó cual perro de presa y algo parecido a un torvo gesto de satisfacción asomó en su rostro por unos instantes, los justos para descubrir que Ulkuos, el Ensi, había desaparecido con el libro.

»Pero las cosas no acabaron ahí. Fistandamus se postró delante de todos con los brazos cruzados y extendiendo la mano izquierda hacia los que allí estábamos, como para pararnos con ella. Si bien es verdad, que por un momento muchos esperamos que de su mano, adornada con un rosario de cuentas brillantes, saliera una especie de rayo o algo similar, lo único que salió fue una especie de reprimenda, y eso salió de su propia boca, palabras que por alguna razón, recuerdo perfectamente:

—¡No lo comprendo! ¿Sois thyrianos o sois esos ancestros de humanos que solo sirven para trabajar en las minas? ¡Acabamos de ser testigos de algo, cuanto menos sorprendente, inusual, mágico diríase para cualquiera que no fuese yo mismo! ¡Ha desaparecido una persona, que previamente ha muerto de un solo golpe! ¡Y lo más irrisorio, es que ha sido con algo parecido a un libro! Y ¿que hacéis? ¡Yo os lo diré! ¡Nada! Y me pregunto, ¿donde está el libro, donde está el Ensi?

»Esas palabras fueron extrañas, pero todos corrimos en busca de Ulkuos. Yo mismo pensé que lo más sencillo es que estuviera en el antiguo templo de los Lubanu, que en ese momento habíamos habilitado como ermita temporal de Thyr. Y efectivamente, allí estaba.

»La ermita, lo que ahora es nuestra Sthana o salón de canto, estaba casi igual que está ahora, por lo menos por el exterior. Una gran cámara circular abovedada, de piedra toda, con una entrada de tres metros de alto por otros tres de ancho, flanqueada por dos torres de piedra que se elevaban ligeramente sobre la altura de la cúpula. Estas torres estaban y están coronadas por piedra tallada en bruto de otro material diferente al de la base que es del mismo que toda la edificación, su utilidad nunca lo hemos sabido, pero parece ser que hacen la función de canalizadores de la energía terrestre, o algo así, descubrió en su día el propio Fistandamus. Pero no me voy a alejar del tema. La cuestión, es que algunos de nosotros fuimos directos a la Sthana, la única ermita que había en la incipiente población, y los portones de piedra tallada estaban cerrados de par en par. Nadie sabía cómo los había podido cerrar tan rápido y con tanta facilidad aquel clérigo, pero la cuestión, es que se había encerrado dentro. Eso provocó mucha ira y revuelo, que calmó el propio Fistandamus, pues parecía que era el único que podía hacerse escuchar allí. Después de una larga espera, las puertas se abrieron, casi cuando estábamos planeando derribarlas por la fuerza, a pesar del impedimento que nos planteaba con su presencia el Gnomon.

»Muchas cosas habían cambiado en la circular estancia, pues todos esperábamos ver en la pared del fondo el símbolo del gran martillo de Thyr, el mismo que lleváis los Caballeros y los Ensi en vuestras sobrevestas. Lo que vimos, sin embargo, fue algo diferente, era el libro que flotaba en el centro de la pared, sobre la misma que anteriormente había estado el gran símbolo de nuestra religión y una suave luz dorada emanaba del mismo, alargando la sombra de la figura de Ulkuos que se encontraba de pie frente a todos nosotros con la cara llena de paz y a la vez una milagrosa determinación. Y dijo las palabras que explican todo lo que he contado hasta ahora:

—¡Al poder de Thyr he recurrido y me ha hablado fuera de este tiempo! Thyr no tiene el alma de Alarico, pues está en el mismo tiempo que el libro, donde las figuras parecen atrapadas en vida. De ese tiempo cogeremos los nombres, como dijo Hauga en aquella ocasión, pues así los thyrianos de La Secuoya evitaremos ser atrapados en libros, como los que están en ese libro no hecho. ¡Construiremos un gran Templo en La Secuoya y vendrán thyrianos de todas las tierras para establecerse aquí y poder nombrar a sus hijos con los nombres de las páginas de este libro venido de otro tiempo! ¡Este libro será sagrado y como tal será custodiado en el Templo de Thyr por nuestros Ensi, los cuales administrarán las páginas para nombrar a cada nacido en este lugar que ahora es sagrado!

»Y así fue, como desde entonces, cuando tienen un hijo o hija en La Secuoya, van al Templo para consultar el nombre que tienen que ponerle. Conforme a la página que sigue, les ponen tal y como dijo la Simug Hauga, que todavía vive entre nosotros, aquel día.

Ingvar parecía haber terminado la historia y la jarra que bebió con avidez después de aquella perorata, pero para el Caballero Niall surgieron más preguntas.

—Queda el tema de los calcetines, pues tan solo ha nombrado uno y hoy mismo he visto un gran montón, no solo de calcetines, sino de ropa completamente diferente a la que haya visto alguna vez, excepto en vosotros mismos, claro. Además, también me pregunto qué pasó con la mina después de aquel suceso, pues veo que hoy en día incluso la disputan varias familias —comentó intrigado Niall.

—¡Oh, sí, los calcetines! —exclamó Ingvar—. Lo curioso de todo, es que por un tiempo nada más pasó. Nadie se atrevió a tocar la mina, ni acercarse a la zona donde había surgido aquel pozo insondable, ni siquiera el curioso Fistandamus y hasta Hauga predijo que nadie abriría la mina, mientras el calcetín que había escupido aquel pozo se conservara entero, pero el tiempo acabó por deshacer aquel calcetín, a pesar de los cuidados de la bruja y un buen día, la mina se volvió a abrir y todo se repitió. El mismo minero que la abrió murió, esta vez, a pesar de haber tomado la precaución de cubrirse con un casco, el susto de la aparición de un nuevo libro le hizo resbalar y romperse el cuello en la caída por la ladera, y como la primera vez, algo le succionó hacia el pozo, tragándoselo y dando a cambio otro calcetín, este de vivos colores esta vez.

—¡Pero eso no explica el montón de ropa que hay hoy en día, y el hecho de que esté la mina funcionando desde hace mucho tiempo, según creo! —protestó Niall.

—¡No te desesperes! Han pasado muchos años y no quiero aburrirte con los detalles. Hasta tres veces pasó lo mismo, se llegó a pensar que era una maldición. Hauga hizo todo tipo de tratos con los espíritus y los Ensi bendijeron mil veces la mina. Hasta que hace más de cien años, un matrimonio nacido en La Secuoya, con nombres del libro, decidieron abrir la mina. Se trataba de los actuales dueños de la misma, Fargklar y la que era su mujer por aquel entonces, Sorgmantel. Que por cierto, no tendrá problemas de acogerte en su lecho si es que te ves muy solo y necesitado, pues está de muy buen ver y siempre le agrada acoger a los forasteros de buen porte como el que mostráis —comentó socarrón el viejo posadero.

Niall se sonrojó por momentos, delatando que ya había entablado alguna relación con la mujer de la que le hablaba y procuró que Ingvar no se desviara de la conversación.

—¡Por favor, seguid! Tengo curiosidad por saber cómo consiguieron evitar aquella maldición que parecía pesar sobre los que abrían la mina.

—Pues no debía ser maldición, sino miedo o falta de prudencia o quizás se necesitaba que los que fueran a explotar la mina hubiesen nacido en La Secuoya, pues si bien, cuando de nuevo empezaron a sacar sal de roca, el pozo se volvió a abrir, tan solo salían prendas curiosas, eso nos parecían al principio —comentó Ingvar—; no solo calcetines, sino otras de las cuales no sabíamos su utilidad y hoy mismo, cada uno las utiliza como mejor tiene a bien. Y así es, como tenemos esa montaña de ropa venida de un tiempo y lugar diferente a disposición del que quiera aprovecharla.

—¿Y desde entonces, ya no han aparecido más libros? —inquirió Niall.

—Tres tenemos, tres. Ninguno más. Además, por lo visto, los Ensi, nuestros queridos clérigos, han hecho una especie de “Compilatorium” lo llaman, con todos los nombres ordenados por letra y han quitado lo añadido, si te das cuenta por los nombres de los habitantes que conoces en La Secuoya, si hay un Brimnes, solo se llama Brimnes. No Brimnes Estructura de cama, como hacían al principio. Pero ya está bien de hablar de La Secuoya, quiero tu historia, pues me la habías prometido.

Niall, a pesar de tener multitud de dudas, una vez más se entretuvo contando su odisea personal. Narró cómo aquel día, ya casi terminado, había logrado liberar a muchas familias del Clan de los Aveneros, con la oportuna aparición de su mentor y él mismo, de las garras de los demoníacos Malhadoths. Y así, la noche acabó con nuevos lazos de una amistad que sería tan larga como las vidas de su raza: una raza de humanos ligada a la vitalidad de árboles milenarios.

EPILOGO

Sevilla, septiembre de 2019.

Acaban de recibir una de las primeras lavadoras Uddarp en el Ikea de Sevilla. Antes de ponerla a disposición del público, Manuel, un operario meticuloso, realiza las comprobaciones pertinentes. Para ello, introduce unas sábanas, un par de calcetines y, con las prisas del momento, se le cuela entre las sábanas el último catálogo impreso del año.

Tras el programa de lavado completo en agua a 60 grados, Manuel echa de menos un calcetín del par que había metido. Sin embargo, tampoco encuentra el catálogo, ni siquiera restos de papel desecho. Perplejo, busca el calcetín durante un rato, y al final se consuela pensando que ha ido a parar a ese misterioso lugar al que van todos los calcetines perdidos. Para él, y para muchas otras personas, era un hecho irrefutable que en toda lavadora debía existir una especie de vórtice espacio-temporal que hacía desaparecer la ropa durante el centrifugado. Lo que Manuel no sabía, y lo que la mayoría de la gente ignoraba, era que esta creencia era totalmente cierta. Y, precisamente, el lugar al que había ido a parar aquel catálogo, y después aquel calcetín, era un pueblo recién formado llamado La Secuoya, ubicado en un pasado muy remoto de lo que llamaban la Era Eldiana en lo que hoy es la Tierra.

Hubo dos casos más en los que sucedió exactamente lo mismo: uno en Murcia y otro en el Ikea de Asturias. En Murcia, se coló un catálogo del 2018 y en Asturias, el último catálogo impreso, que fue el del 2021. Al no haber más catálogos impresos desde aquel año, solo se colaban calcetines y otras prendas pequeñas, como sujetadores, bragas y calzoncillos, que eran lo suficientemente pequeñas como para colarse por los pequeños vórtices que se abrían con el centrifugado de las máquinas. De esta manera, en ese remoto poblado del tiempo, reciben regularmente todo tipo de pequeñas prendas de la actualidad, eso sí, todas de máquinas de Ikea. Lo que no se sabe es a dónde van a parar los calcetines y pequeñas prendas del resto de las lavadoras del mundo. Quizás algún brillante Gnomon de esta época lo termine por descubrir, pero hasta entonces, estamos a la espera y vigilando cada centrifugado de nuestras lavadoras.

DESCARGA pdf alta calidad completo:

https://mega.nz/file/nF5yFKiY#gYX3hkHfT1Oe5KR4-3DWcsSnglpU5jqJidyE9x9XPZk

Un relato de:

Visitas de esta página: 88856

Comparte :)

Descubre más desde Creative Gnomons

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja una respuesta